Hija de Fusagasugá, vivió gran parte de su vida en ese municipio aledaño a la capital de la República, fue una de las maestras más reconocidas y enseñó muchas cosas a un sin número de personas que conoció y ayudó en su vida.
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Vivía con su hijo y su esposo, todos del partido liberal con un fanatismo tal que llevaría a que el partido opositor le quitara los dos únicos hombres en su vida.
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Primero fue su esposo y tiempo después su hijo, el dolor y el desasosiego, hicieron que Margarita se trasladara con todas sus pertenencias a una amplia casa en el barrio la Candelaria, enterró a su hijo en el cementerio central junto a otros líderes del partido.
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Día a día visitaba la tumba de su hijo, oraba para que descansara en el más allá, luego visitaba templos y templos de la ciudad, y siempre estaba haciendo arengas para que viviera su partido político que amaba con el alma.
Le gustaba ayudar a los más vulnerados, los recogía y les abría su puerta como un hogar, en donde encontraban calor, comida, cariño y enseñanza. El aprecio que le tenían los simpatizantes le permitía codearse con la alta alcurnia del partido y hasta jugar canasta con las mujeres de sociedad de la época.
Un hecho importante en su vida la marcó desde ahí y para siempre, tanto en su psiquis como en su atuendo ocurrió el día de la partida del Jefe de su partido, Rafael Uribe Uribe a quien acompañó en agonía los últimos segundos de su vida. De ahí en adelante sus ropas eran todas de color rojo intenso, hasta su sombrero. Murió a los 82 años desconfiando de todo el mundo y sumergida en un mundo irreal.
Escrito por: John Salgado - Sergio Rojas
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